Nos deja claro en seguida que él no es el Pep Guardiola de la cocina, que se ha transformado, no retirado, que él no para…ni los lunes, ni los domingos
Ferran Adrià está casado pero no tiene hijos, no porque no pueda sino porque no quiere. No lo ve compatible con lo que hace. «La gente que conozco que trata de compaginarlo todo, están separados», proclama, cargándose buena parte del discurso oficial sobre la conciliación familiar. Su estado de relativa bohemia le permite darse caprichos sorprendentes como no cocinar casi nunca en casa. «Salimos siempre a comer fuera», asegura.
¿Y en los otros restaurantes no se desmayan cuando entra él? Ante la mera idea saca su risa gruesa de payés: «Bueno, lo que hacemos es importante, pero nosotros no lo somos, somos personas como las demás». Y añade: «También hay quien piensa que yo soy tonto, o gilipollas». Recuerda que un día estaba paseándose por las Ramblas de Barcelona, como en la actualidad le gusta hacer muchos domingos, «y cuando me paré a comprar el periódico y a enrollarme con el quiosquero, de repente salta uno que pasaba por allí y me dice, oye, pero si eres hasta simpático, y mira que me caías mal». Le pregunté por qué y me contestó «porque por tu culpa mi hijo es cocinero y no arquitecto, que es lo que yo quería que fuese». Claro que luego le vio «tan feliz» que perdonó a Adrià y muy solemne le dijo: «Ya no me caes mal».
¿Puede ser que se lo esté inventando? Adrià es mucho Adrià y por ejemplo tiene la entrada a su despacho «de negociar» empapelada de portadas de la prensa internacional donde se le glorifica. «Cada una de estas portadas significa más dinero para ElBulli Foundation», nos guiña el ojo, empeñado en hablar de la última niña de sus ojos, la fundación donde los principios que inspiraron ElBulli darán pie a iniciativas innovadoras en distintos campos. Adrià está a punto de conseguir que el mundo le pague no por el qué sino por el cómo, por el espíritu mismo con que supo convertir el dar de comer en un arte. Y en un refinado negocio.
Le sulfura que se diga que cerró el restaurante de Cala Montjoí por motivos económicos. «Yo ya he dicho veinte veces que ElBulli no perdía dinero, costaba dinero. Ese es un matiz importantísimo. La I+D nunca gana ni pierde dinero, simplemente lo cuesta», reivindica. A la vez admite que lo suyo es difícil de entender porque «es verdad que los restaurantes se abren o se cierran, no se transforman».
«Si lo piensas, descubrirás que casi todos los momentos felices de tu vida han tenido lugar alrededor de una mesa», lleva el agua a su glorioso molino. Y en su caso, aunque cocinen otros, ¿qué le gusta comer? No olvidemos que Adrià ha adelgazado casi veinte kilos en dos años «y no haciendo ninguna dieta sino simplemente aplicando la lógica, compensando cada vez que me paso». Por ejemplo él desayuna sólo fruta y almuerza lo mismo -a lo sumo una ensaladita- para reservarse ante la cena, que es la que suele ser en restaurantes y con amigos. ¿El menú ideal? «Me gusta mucho el marisco, también el jamón. Pero de repente el gran lujo puede ser salir a comprar una barra de pan y comerme el currusco, hay días en que no lo cambiaría por una langosta», promete.
Más allá de las comidas relajadas y de los paseos por las Ramblas se le ocurren pocas cosas que haga sólo en domingo. Le encanta ir al cine – «puedo tragarme una sesión triple sin pestañear»- y también rozarse con el mar. Le cuesta vivir ahora más lejos de él de lo que vivía, y espera volver a acortar distancias en breve. De momento se conforma con darse ocasionales baños o largos paseos en la playa, y en ir a comer allí con su familia. «Especialmente a mi madre, los fines de semana trato de cuidarla», nos cuenta.
Es celoso de su tiempo sabático. Sabe que lo necesita para engrasar y para seguir innovando. Alerta contra el miedo español a innovar «pensando que eso son cosas de la NASA, cuando innovación es buscarse la vida en el día a día». Ejemplos a vuelapluma: cursos de idiomas para los taxistas, parkings en los parques naturales… «Nos hacen falta ideas, ideas y más ideas, porque ahora es el momento de la innovación que no cueste dinero», concluye.
Nota de Norma Grau para el ABC.es de Madrid
1 Comentario
[…] no hemos pescado ninguna; pero no porque se nos haya dado mal, sino porque lo que ellos llaman “lobster” y nosotros traducimos como “langosta” en realidad son […]