Turismo gastronómico en la costa sueca. Safari de “langosta”.
Smögen, 26 de septiembre de 2013.
Aquí estoy de nuevo como prometí, recién arribada a puerto después de una estupenda jornada de pesca. Y es que esto del safari está muy bien montado. Nada de eso de madrugar para ir despertando a los bogavantes, no; salimos a la muy prudente hora de la una de la tarde, bien comidos y despiertos, listos para surcar el archipiélago en busca de la codiciada cena.
Aunque a finales de septiembre ya refresca por estas latitudes, el día es claro y el mar en calma refleja con fuerza esa luz tan especial que tiene Escandinavia. El paisaje costero, plagado de pequeños islotes, ofrece trayectos siempre distintos, promete aventuras siempre nuevas al pequeño explorador que todos llevamos dentro. No es de extrañar, en estas condiciones, que cada vecino tenga su pequeña embarcación y que salir a navegar sea el pasatiempo preferido del verano.
El capitán nos recoge en el muelle con puntualidad sueca (es decir, en punto pero sin prisa). Mientras él repone su bolita de tabaco snus debajo del labio, nosotros nos calzamos los monos isotérmicos. Disfrazados de marineros aficionados salimos de puerto con la misión de alzar las nasas que el capitán colocó estratégicamente hace dos días. Las primeras cestas las subimos a mano (mejor dicho, las suben a mano el resto de vikingos que venían de safari con nosotros y Luis Miguel, que para el caso es como si fuera vikingo). Yo lo intentaba con todas mis fuerzas, pero aquello se resistía y amenazaba con llevárseme por la borda. El pobre capitán sueco, tan respetuoso con el tema de la igualdad de género y raza, me deja tirar de la cuerda un rato por aquello de la corrección política. Viendo, sin embargo, que peligra mi permanencia a bordo, me ofrece amablemente usar la polea motorizada.
Con un poco de vergüenza por ser la única chica que no ha sido capaz de subir su cesta a mano yo superviso atentamente la polea, ansiosa por ver el premio que contiene mi cesta. Dos estupendos bueyes de mar, tamaño XL, componen mi primera captura.
Después de varias rondas de subir y bajar cestas nuestra excursión toca a su fin. Nuestro botín final consta de:
– 3 bogavantes (más uno estupendo que tuvimos que devolver al mar porque estaba criando, pero que cuenta porque lo atrapamos)
– 20 bueyes de mar
Cierto que, a repartir entre doce tripulantes, el botín es algo escaso pero nosotros estamos orgullosos. Como la cena no depende de lo que pesquemos (parece que los del hotel no se fiaban de nuestra pericia), no hace falta que dividamos el botín; la cena está asegurada.
Satisfechos de la jornada desembarcamos en el muelle. Aquellos extraños contenedores de madera que vimos al salir están ahora destapados y humeantes. Resultan ser unos baños al aire libre que han estado calentándose al carbón desde por la mañana y que nos esperan para un merecidísimo baño antes de la cena… ¿No os dije que estos suecos lo tienen todo muy bien pensado? ¡Esto tampoco me lo pierdo!
Gloria Rodríguez
Bogavante: 700 Sek/kilo
Buey de Mar: 15 Sek/pieza